jueves, 30 de mayo de 2013

LA VIRGEN MARIA



  • MARÍA

    Significado:
    La elegida, la amada de Dios.
    De origen bíblico. Madre de Jesús.

    Características:
    Es idealista, sensible y amable en su
    trato con los demás. A veces necesita
    tiempo para reflexionar. Hace con facilidad
    amistades ya que es sociable y comunicativa.


    Amor:
    Cuando quiere a alguien, deja la razón
    de lado y se guía por el corazón.


    Fecha:
    1 de Enero (Santa María, madre de Dios).
    19 de Mayo (María, Madre de la Iglesia).
    8 de Diciembre (Inmac. Concepción De María)
    .

    Personas celebres:
    María I Estuardo (reina de Escocia).
    María de Médicis (reina de Francia).
    "María" (nombre de varias reinas de Francia,
    Inglaterra, Hungría y Portugal).
    María Callas (soprano).



    • Las Virtudes de Maria





      Introducción
      Dice san Agustín que para obtener con seguridad y en abundancia los favores de los santos es necesario imitarlos para que viendo que practicamos las virtudes que ellos ejercitaron se sientan más movidos a interceder por nosotros. La reina de los santos y nuestra primera abogada María, en cuanto arranca a un alma de las garras de Lucifer y la une a Dios, quiere que se ponga a imitarla; de lo contrario no podrá enriquecerla de gracia como quisiera viéndola tan en contra de sus costumbres. Por eso María llama bienaventurados a los que imitan su vida con esmero: "Ahora, hijos, oídme: dichosos los que guardan mis caminos" (Pr 8,32). El que ama, o es semejante o trata de parecerse a la persona amada, conforme al célebre dicho: el amor, o los encuentra o los hace iguales. Por eso exhorta san Jerónimo a que si amamos a María tratemos de imitarla porque éste es el mayor obsequio que podemos ofrecerle. Dice Ricardo de San Lorenzo que pueden llamarse y son verdaderos hijos de María los que tratan de vivir como ella vivió: Son hijos de María sus imitadores. Procure, pues, el hijo, concluye san Bernardo, imitar a la Madre si desea sus favores, porque al verse honrada como madre lo tratará como verdadero hijo.
      Humildad de María
      La humildad, dice san Bernardo, es el fundamento y guardián de todas las virtudes. Y con razón, porque sin humildad no es posible ninguna virtud en el alma. Todas las virtudes se esfuman si desaparece la humildad. Por el contrario, decía san Francisco de Sales, como refiere santa Juana de Chantal, Dios es tan amigo de la humildad que acude enseguida allí donde la ve. En el mundo era desconocida tan hermosa y necesaria virtud, pero vino el mismo Hijo de Dios a la tierra para enseñarla con su ejemplo y quiso que especialmente le imitáramos en esa virtud: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). María, siendo la primera y más perfecta discípula de Jesucristo en todas las virtudes, también lo fue en esta virtud de la humildad, gracias a la cual mereció ser exaltada sobre todas las criaturas. Se le reveló a santa Matilde que la primera virtud en que se ejercitó de modo particular la bienaventurada Madre de Dios, desde el principio, fue la humildad.
                                                      Amor de María a Dios
      Dice san Anselmo: Donde hay mayor pureza, allí hay más amor. Cuanto más puro es un corazón y más vacío de sí mismo, tanto más estará lleno de amor a Dios. María santísima, porque fue humilde y vacía de sí misma, por lo mismo estuvo llena del divino amor, de modo que progresó en ese amor a Dios más que todos los hombres y todos los ángeles juntos. Como escribe san Bernardino, supera a todas las criaturas en el amor hacia su Hijo. Por eso san Francisco de Sales la llamó con razón la reina del amor.

      Amor de María al Prójimo
      El amor a Dios y al prójimo se contienen en el mismo precepto. "Este mandato hemos recibido del Señor: que quien ame a Dios ame también a su hermano" (1Jn 4,21). La razón es, como dice santo Tomás, porque quien ama a Dios ama todas las cosas que son amadas por Dios. Santa Catalina de Siena le decía un día a Dios: Señor, tu quieres que yo ame al prójimo, y yo no sé amarte más que a ti. Y Dios al punto le respondió: El que me ama, ama todas las cosas amadas por mí. Mas como no hubo ni habrá quien haya amado a Dios como María, así no ha existido ni existirá quien ame al prójimo más que María. El P. Cornelio a Lápide, comentando el pasaje que dice: "Se ha hecho el rey Salomón un palanquín de madera en el Líbano" (Ct 3,9), dice que éste fue el seno de María, en el que habitando el Verbo encarnado llenó a la Madre de caridad para que ayudase a quien a ella acude.
      Fe de María
      Así como la santísima Virgen es madre del amor y de la esperanza, así también es madre de la fe. "Yo soy la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza" (Ecclo 24,17). Y con razón, dice san Ireneo, porque el daño que hizo Eva con su incredulidad, María lo reparó con su fe. Eva, afirma Tertuliano, por creer a la serpiente contra lo que Dios le había dicho, trajo la muerte; pero nuestra reina, creyendo a la palabra del ángel al anunciarle que ella, permaneciendo virgen, se convertiría en madre del Señor, trajo al mundo la salvación. Mientras que María, dice san Agustín, dando su consentimiento a la encarnación del Verbo, por medio de su fe abrió a los hombres el paraíso. Ricardo, acerca de las palabras de san Pablo: "El varón infiel es santificado por la mujer fiel" (1Co 7,14), escribe: Esta es la mujer fiel por cuya fe se ha salvado Adán, el varón infiel, y toda su posteridad. Por esta fe, dijo Isabel a la Virgen: "Bienaventurada tú porque has creído, pues se cumplirán todas las cosas que te ha dicho el Señor" (Lc 1,45). Y añade san Agustín: Más bienaventurada es María recibiendo por la fe a Cristo, que concibiendo la carne de Cristo.
      Esperanza de María
      De la fe nace la esperanza. Para esto Dios nos ilumina con la fe para el conocimiento de su bondad y de sus promesas, para que nos animemos por la esperanza a desear poseerlas. Siendo así que María tuvo la virtud de la fe en grado excelente, tuvo también la virtud de la esperanza en grado sumo, la cual le hacía proclamar con David: "Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios. He puesto mi cobijo en el Señor" (Sal 72,28). María es la fiel esposa del divino Espíritu de la que se dijo: "Quién es ésta que sube del desierto apoyada en su amado" (Ct 8,5). Porque, comenta Algrino, despegada siempre de las aficiones del mundo tenido por ella como un desierto, y no confiando desordenadamente en las criaturas ni en los méritos propios, apoyada del todo en la divina gracia en la que sólo confiaba, avanzó siempre en el amor de su Dios.

      Castidad de María
      Después de la caída de Adán, habiéndose rebelado los sentidos contra la razón, la virtud de la castidad es para los hombres muy difícil de practicar. Entre todas las luchas, dice san Agustín, las más duras son las batallas de la castidad, en la que la lucha es diaria y rara la victoria. Pero sea siempre alabado el Señor que nos ha dado en María un excelente ejemplar de esta virtud. Con razón, dice san Alberto Magno, se llama virgen a la Virgen, porque ella, ofreciendo su virginidad a Dios, la primera, sin consejo ni ejemplo de nadie, se lo ha dado a todas las vírgenes que la han imitado. Como predijo David: "Toda espléndida la hija del rey, va dentro con vestidos de oro recamados...; vírgenes con ella, compañeras suyas, donde él son introducidas" (Sal 44,14-15). Sin consejo de otros y sin ejemplo que imitar. Dice san Bernardo: Oh Virgen, ¿quién te enseñó a agradar a Dios y a llevar en la tierra vida de ángeles? Para esto, dice Sofronio, se eligió Dios por madre a esta purísima virgen, para que fuera ejemplo de castidad para todos. Por eso la llama san Ambrosio la portaestandarte de la virginidad.
      Pobreza de María
      Nuestro amado Redentor, para enseñarnos a desprendernos de los bienes efimeros, quiso ser pobre en la tierra. "Por vosotros se hizo pobre siendo rico, y con su pobreza todos hemos sido enriquecidos" (2Co 8,9). Por eso Jesús exhortaba al que quería seguirle: "Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y ven y sígueme" (Mt 19,21).
      Obediencia de María
      Por el amor que María tenía a la virtud de la obediencia, cuando recibió la Anunciación del ángel san Gabriel no quiso llamarse con otro nombre más que con el de esclava: "He aquí la esclava del Señor". Sí, dice santo Tomás de Villanueva, porque esta esclava fiel ni en obras ni en pensamiento contradijo jamás al Señor, sino que, desprendida de su voluntad propia, siempre y en todo vivió obediente al divino querer. Ella misma declaró que Dios se había complacido en esta su obediencia cuando dijo: "Miró la humildad de su esclava" (Lc 1,48), pues la humildad de una sierva se manifiesta en estar pronta a obedecer. Dice san Agustín que la Madre de Dios, con su obediencia, remedió el daño que hizo Eva con su desobediencia. La obediencia de María fue mucho más perfecta que la de todos los demás santos, porque todos ellos, estando inclinados al mal por la culpa original, tienen dificultad para obrar el bien, pero no así la Virgen. Escribe san Bernardino: María, porque fue inmune al pecado original, no tenía impedimentos para obedecer a Dios, sino que fue como una rueda que giraba con prontitud ante cualquier inspiración divina. De modo que, como dice el mismo santo, siempre estaba contemplando la voluntad de Dios para ejecutarla. El alma de María era, como oro derretido, pronta a recibir la forma que el Señor quisiera.
      Paciencia de María
      Siendo esta tierra lugar para merecer, con razón es llamada valle de lágrimas, porque todos tenemos que sufrir y con la paciencia conseguir la vida eterna, como dijo el Señor: "Mediante vuestra paciencia salvaréis vuestras almas" (Lc 21,19). Dios, que nos dio a la Virgen María como modelo de todas las virtudes, nos la dio muy especialmente como modelo de paciencia. Reflexiona san Francisco de Sales que, entre otras razones, precisamente para eso le dio Jesús a la santísima Virgen en las bodas de Caná aquella respuesta que pareciera no tener en cuenta su súplica: "Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?", precisamente para darnos ejemplo de la paciencia de su Madre. Pero ¿qué andamos buscando? Toda la vida de María fue un ejercicio continuo de paciencia. Reveló el ángel a santa Brígida que la vida de la Virgen transcurrió entre sufrimientos. Como suele crecer la rosa entre las espinas, así la santísima Virgen en este mundo creció entre tribulaciones. La sola compasión ante las penas del Redentor bastó para hacerla mártir de la paciencia. Por eso dijo san Buenaventura: la crucificada concibió al crucificado. Y cuánto sufrió en el viaje a Egipto y en la estancia allí, como todo el tiempo que vivió en la casita de Nazaret, sin contar sus dolores de los que ya hemos hablado abundantemente. Bastaba la sola presencia de María ante Jesús muriendo en el Calvario para darnos a conocer cuán sublime y constante fue su paciencia. "Estaba junto a la cruz de Jesús su Madre". Con el mérito de esta paciencia, dice san Alberto Magno, se convirtió en nuestra Madre y nos dio a luz a la vida de la gracia.
      Oración de María
      Nadie en la tierra ha practicado con tanta perfección como la Virgen la gran enseñanza de nuestro Salvador: "Hay que rezar siempre y no cansarse de rezar" (Lc 18,1). Nadie como María, dice san Buenaventura, nos da ejemplo de cómo tenemos necesidad de perseverar en la oración; es que, como atestigua san Alberto Magno, la Madre de Dios, después de Jesucristo, fue el más perfecto modelo de oración de cuantos han sido y serán. Primero, porque su oración fue continua y perseverante. Desde el primer momento en que con la vida gozó del uso perfecto de la razón, como ya dijimos en el discurso de la natividad de nuestra Señora, comenzó a rezar. Para meditar mejor los sufrimientos de Cristo, dice Odilón, visitaba frecuentemente los santos lugares de la natividad del Señor, de la Pasión, de la sepultura. Su oración fue siempre de sumo recogimiento, libre de cualquier distracción o de sentimientos impropios. Escribe Dionisio Cartujano: Ningún afecto desordenado ni distracción de la mente pudo apartar a la Virgen de la luz de la contemplación, ni tampoco las ocupaciones.

      martes, 28 de mayo de 2013

      Las Advocaciones de Marìa

      CelebraciónNombreSanto
      15 de agostoAlbaSanta María del Alba
      9 de noviembreAlmudenaNuestra Señora de la Almudena
      2 de agostoÁngelesNuestra Señora de los Ángeles
      15 de agostoAsunciónAsunción de la Virgen María
      25 de diciembreBelénNuestra Señora del Belén
      16 de julioCarmenNuestra Señora del Carmen
      15 de septiembreDoloresNuestra Señora de los Dolores
      25 de marzoEncarnaciónSolemnidad de la Anunciación o Encarnación del Señor
      18 de diciembreEsperanzaNuestra Señora de la Esperanza
      13 de mayoFátimaBienaventurada Virgen María de Fátima
      12 de diciembreGuadalupeNuestra Señora de Guadalupe
      8 de diciembreInmaculadaInmaculada Concepción de María
      10 de diciembreLoretoNuestra Señora de Loreto
      11 de febreroLourdesBienaventurada Virgen María de Lourdes
      8 de mayoLujánNuestra Señora de Luján
      1 de junioLuzNuestra Señora de la Luz
      12 de septiembreMaríaDulce Nombre de María
      24 de mayoMaría AuxiliadoraMaría Auxiliadora
      1 de eneroMaternidadSanta María, Madre de Dios, virgen
      27 de noviembreMilagrosLa Medalla Milagrosa
      27 de abrilMontserratMadre de Dios de Montserrat
      8 de septiembreNatividadNatividad de Nuestra Señora
      5 de agostoNievesNuestra Señora de las Nieves
      8 de septiembreNuriaNuestra Señora de Nuria
      12 de octubrePilarNuestra Señora del Pilar
      21 de noviembrePresentaciónPresentación de santa María Virgen
      2 de febreroPurificaciónNuestra Señora de la Purificación
      22 de agostoReinaSanta María Reina
      RocíoVirgen del Rocío
      7 de octubreRosarioNuestra Señora del Rosario
      5 de agostoÁfricaNuestra Señora de África
      26 de abrilConsejoNuesta Señora del Buen Consejo
      12 de septiembreEstíbalizNuestra Señora de Estíbaliz
      22 de abrilMaríaSanta María Virgen, Madre de la Compañía de Jesús
      31 de mayoVisitaciónVisitación de Nuestra Señora a Santa Isabel